No es que no tengamos sentimientos, ni que seamos indolentes ante la tragedia ajena, y es que más que extranjeros son hermanos, de esos que poco se ven pero a la hora de la verdad duelen; hay cosas que trascienden más allá del deseo de querer ayudar, ese deseo perenne que nos nubla al pensar que con una moneda cambiaremos la dolorosa realidad que están viviendo, esa que poco a poco nos está invadiendo a nosotros también, realidad a la que de mal manera nos estamos acostumbrando, cada vez es más común encontrar en cada esquina a pequeños núcleos familiares tratando de obtener a través de intercambios de dulces, coplas, malabarismos y hasta favores sexuales, conseguir unas pocas monedas para su sustento, ver en sus rostros la tristeza de la incertidumbre, con un devenir cada vez más oscuro, pero paradójicamente con un brillo de esperanza en sus ojos..

Y es que debe ser muy duro el tener que salir de tu país, de la tierra que te vio nacer de la misma que fue heredada de nuestros padres, luchada y humedecida por sangres de libertad, y no en búsqueda de nuevos horizontes, ni de un mejor empleo, o de capacitación. Es literalmente el hambre y la ausencia total de lo básico para vivir dignamente, la que obliga a esta migración forzada y que a su vez llega a nuestro país como un tsunami, abarcándolo todo usurpando empleos, familias, cambiando sociedades, implantando nuevas costumbres, abriendo camino e implantándose de manera forzada en nuestra santandereanidad, ensanchando los cordones de miseria y mendicidad. Y la gran pregunta es ¿Que tanto estaremos dispuestos a tolerar?, ante tanta incapacidad de nuestros gobernantes.